8.16.2006

En medio de la montaña.

Es curioso como ultimamente nuestras salidas nocturnas se enloquecen y acabamos por el mismo sitio, un pueblo perdido de la mano de alguna deidad preocupada por este mundo. Un pueblo de no mas de cien habitantes que en verano es un perfecto paraiso para los veraneantes. Extranjeros que vuelven a la tierra en que vinieron al mundo y con ellos su descendencia. Casi todos ellos niños de ciudad, malcriados, acostumbrados a la vorágine y a las reglas del capitalismo que allí en ese pedazo de mundo no valen nada.

No lo voy a negar, dentro de mi hay una especie de placer oculto cuando subimos hasta allí. Hace muchos años que dejé aquel pueblo para bajar a la civilización, en la cual he vivido todos estos años. Las cosas por mucho que pase el tiempo poco han cambiado, simplemente se han adaptado en cierto sentido. Construcciones nuevas, nuevas aceras, parches por aqui y por allí, pero la verdadera esencia se conserva. Me he criado allí y guardo muy buenos recuerdos de aquellos años donde todo parecía más grande e importante. Ahora subimos allí y al pasar con el coche intentando encontrar un sitio donde aparcar, no recordaba si de pequeño había imaginado pasar por alli de paseo con mis amigos. Por casualidades del destino tenemos que dejar el coche al lado de mi casa, ahora abandonada, pero que un día estuvo llena de gente. Al bajar del coche me invade el sentimiento de estar en casa, de encontrarte bien en un sitio conocido. Al resto les da igual, solo es un pueblo al que vamos para escapar del calor.

Bajando por aquella cuesta que hace media curva pasamos por delante del cuartel donde de pequeño jugaba con los guardias que estaban el la garita. Una nueva verja negra da la bienvenida. Todo está casi igual; aquella calle que parecía tan grande parece que se empequeñece debajo de nuestros pasos.

Hay una cosa que me gusta y me entristece a la vez. El tiempo ha pasado y unos hemos crecido y cambiado mucho y otros han envejecido como si el tiempo los hubiese tratado mal. Nadie o casi nadie me conoce ya y yo conozco a todo el mundo. Me acuerdo que cuando bajaba por el pueblo con mi padre todos se paraban a saludarnos y a darme golosinas o invitarme a un refresco, era divertido. En la actualidad cuando paso entre la gente o entro en algún local todos se quedan mirando como si vieran a un extraño, pero nadie se da cuenta de quien soy. Esto me entristece algo pero es ley de vida, todos caemos irremediablemente en el olvido.

Pero cuando se da la situación contraria, es decir, cuando alguien se da cuenta de quien soy me invade la verguenza porque casi siempre tengo que aceptar las invitaciones a tomar algo (tambien invitan a los que van conmigo, lo que les gusta mucho), a iniciar conversaciones sobre la familia, sobre lo que hago y no me gusta, no me gusta hablar de mi mismo.

Al final de la noche despues de recorrer todos los sitios disponibles y alternar con la new age de la montaña bajamos a nuestras casas con la esperanza de volver algún día. Pensando que algún día tendré que enseñarles a los amigos de mi otra vida el sitio donde pasé los mejores años de mi vida.

1 comentario:

Unknown dijo...

Yo diría que te estás haciendo mayor, pareces un viejecito que recuerda sus años de infancia como algo que ha pasado hace un montón de años.

Seguro que a tus amigos les encantará el pueblo cuando se lo enseñes ;)

Besiños.